lunes, 22 de marzo de 2010
Tortazos
No es que me parezca que Pontevedra sea una ciudad peligrosa a pesar de que últimamente se sorteen hostias en la milla de oro que va desde Michelena hasta Benito Corbal. Lo suele decir el subdelegado en cada junta local de seguridad, que estamos por debajo de la media nacional de delitos, aunque dice lo mismo a cada pueblo de la provincia que va. Los datos de Delfín Fernández son testarudos, pero a mí, qué quieren que les diga, un poco de acojone sí me está entrando. A menudo salgo del trabajo a las doce y el camino a casa las noches de fin de semana suele ser un cruce constante con chavales en busca de la movida. Son pacíficos. Nunca he tenido ningún problema, quizás porque últimamente estoy tan rellenito que podría haberlos sacado de la calle a barrigazos. Puede que todo dependa de la educación: un amigo se encontró esta semana con dos tipos meando en medio de una calle de Pontevedra. «Oye, chaval, chaval», le dijeron, «¿puedes vigilar las ventanas? Es que estamos aquí meando y tampoco es plan». Ahí se notaba un punto de vergüenza. Esos remordimientos un mal tipo no los tiene. Como aquel que estaba orinando en un portal en la calle Princesa. Se lo recriminaron desde un bar y aún se acercó él al mostrador a buscar sparrings. A esos detalles me refiero. Ahí radica la diferencia. Un tipo educado, en vez de explicaciones, habría pedido una servilleta.
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