Silgar

Recuerdo la primera vez que regeneraron la playa de Silgar. Era 2002 y aquellos tubos que echaban arena no invitaban a extender la toalla a corto plazo. Los áridos habían venido de una laguna de Ourense y un amigo de la zona dijo que era posible que los niños que quisieran hacer un castillo acabasen encontrando patatas en vez de conchas de mejillón. Al final no fue para tanto y la playa presentó un aspecto inmejorable. Disfruté de Silgar lo que quedaba de aquel verano y la aprecié mucho más que buena parte de los pontevedreses autóctonos, más dados a dejarse caer por Areas. Pero la arena se fue yendo, a veces poco a poco, a veces de golpe, dejando un talud en el que uno podía quedarse sin tobillo y Silgar se convirtió, de nuevo, en carne de portada. Es el problema de ser la niña bonita: todo adquiere una dimensión mayor y los problemas, como la llegada a la playa de galletas de fuel del Prestige de tamaño XXL, se convierten en tragedia nacional. Silgar ha vuelto a perder arena o al menos eso se desprende de la foto de portada publicada el sábado por este periódico. El Concello de Sanxenxo dice que volverá, quizás porque del proyecto de Costas para proteger la playa definitivamente nunca más se supo y no es cuestión de reconocer que hay un problema y no tiene solución a corto plazo. A mí, que conste, me vale como está. Otra cosa es que quepamos todos.