No recuerdo mucho de las pachangas en los recreos del colegio. Solo un par de detalles imposibles de formatear. Por ejemplo, que se jugaban cuatro o cinco partidos a la vez, que las reglas se simplificaron mucho cuando decidimos que no importaba que los integrantes de otros duelos se entrometieran en una jugada y que un día alguien cortó las redes recién estrenadas en las porterías. No almacené en mi egoteca ningún gol propio, seguramente porque no marqué demasiados. Pero sí tengo grabada una jugada que hice en la que regateé cuatro veces al mismo rival, como Onésimo en Zorrilla, antes de perder el balón sin haber avanzado más que medio metro. La estética de la posesión y esas fábulas, ustedes ya saben.
En todo ese maremágnum confuso
de riñas, decepciones y gloria de cinco minutos, archivé dos escenas que me
sirvieron para la vida adulta. La primera, producto de la liga que jugamos en
5º de EGB. Don Pepe, que era nuestro
profesor y un tipo exigente, decidió que la clase se distribuyese en dos
equipos y que cimentásemos una rivalidad y un afán competitivo a lo largo de
todo el curso. Eligió dos capitanes y estos fueron seleccionando jugadores. El
problema radicaba en que uno de los capitanes era un repetidor que no conocía
las virtudes futbolísticas de cada uno. Elegía tan mal que parecía una broma,
el Madrid en el mercado de invierno.
Todos los buenos se colocaron en el mismo sitio. Yo, claro, me fui con el
repetidor.
Cuando ganamos el primer
partido, todo se atribuyó a una casualidad, menudo chiste para empezar. A la
séptima victoria sin fallo, what the fuck, la liga parecía un programa de
cámara oculta para vacilar a los gallitos. Cogimos tanta ventaja que casi amarramos
el título antes de que acabara la primera evaluación. Lección número uno: no se
gana sin bajar del autobús, el exceso de confianza es peligroso, los partidos
duran 90 minutos, el fútbol es así y no hay rival pequeño.
La otra imagen corresponde a una
pachanga contra la clase de al lado. 5º C contra 5ª B. La caña. Barras bravas
en las gradas. Be, erre, a, uve, o, braaaaaavo. Guillermo, capullo, queremos un hijo tuyo. Lo típico. Vi, con once
años, cómo un defensa rival suplicaba al portero que no le pasase el balón. “A
mí no, a mí no”. Aún hoy me impresiona la determinación de aquel niño en no
formar parte de la jugada, en lo poco que disfrutaba del pasatiempo general. La
huida del papel estrella, un also starring en potencia. Lección número dos: el
exceso de responsabilidad puede asfixiarte, hay que conocer las propias
limitaciones y, Manolete, si no
sabes torear pa’ qué te metes.
Son lecciones importantes, no se
crean. Casi diría que vitales. Pensaba en todo eso mientras leía la entrevista
que este periódico publicó el jueves con Luisito
antes del partido de hoy en Pontevedra.
El titular, “90 minutos en Pasarón
dan para moito”, era una especie de sucedáneo del espíritu de Juanito en las noches europeas del
Madrid, pero sin italianismos y con acento de Teo. De Luisito hay cosas que me atraen y otras que no. Hoy
hablaremos de las que sí: no le gustan las tonterías, sabe que el fútbol no es
un juego de esgrima sino de espada entre los dientes y advierte, en lo que a mí
me ha parecido apreciar un destello de admiración, que el Mensajero es un
equipo “perro” y con oficio. Lo diré de otra manera: es la hora de los
valientes, de los que saben de qué va todo esto. Tenemos a Carnero, a Tubo y a Fran Fandiño. Pero lo importante no es
eso. Es otra cosa. Un compromiso colectivo que debemos interiorizar desde ya: hoy seremos más perros, tendremos más oficio y jugaremos al futbol mejor que
el rival, que no es lo mismo que dar veinte pases antes de tirar a portería.
Hay equipo y hay entrenador. Un tipo, como Luis
Aragonés, que tiene el culo pelado de vivir agonías como ésta. Para llevar
el autobús del Pontevedra por una carretera llena de curvas y de
francotiradores, con un peligroso 1-0 que remontar, siempre es importante
contar con alguien como Luisito. El colmillo retorcido se antoja imprescindible
en OK Corral. Traducido: un hombre
con unos surcos en la cara que parecen el rastro de un arado siempre es de fiar
en estos trances. 90 minuti en Pasarón, ya saben, son molto longo. No hay que
esconderse. Y eso, queridos amigos, incluidos los de Preferencia, los de los
fondos y hasta los que verán el partido por el televisor, también es cosa
nuestra.
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