miércoles, 18 de noviembre de 2015

Alberto y la muerte más surrealista

HAY MUY POCAS PERSONAS que puedan presumir de haber asistido a su propio funeral. Es un privilegio casi imposible en el que el muerto comprueba, entre estupefacto y halagado, la sucesión de elogios, pésames y lloros que siguen a su fallecimiento. Ese momento está reservado a aquellos líderes carismáticos a los que despiden fulminantemente, como Pedro J. Ramírez , que ven pasar a sus deudos por las columnas de los periódicos y por los comentarios de las redes sociales, o a aquellos seres mundanos a los que se les da por muertos y que acaban convirtiendo su entierro en una explosión de júbilo.

A Alberto Pardo le pasó un poco como a Mark Twain, que un día leyó su propia necrológica en The New York Times. El escritor dirigió una carta al periódico (...)
 

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