El rumor circuló por el recreo con la velocidad y el alcance de un grupo de wasap: no iba a haber clase por la tarde para que pudiésemos disfrutar de La Vuelta a pie de valla. A mí, que tenía 10 años en aquel 1989, me parecía una idea tan descabellada que no hacía más que reírme de cualquiera que llegara con el cuento. ¿Cómo íbamos a perder el colegio por el ciclismo? Ya había que ser atontao. (...)
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